Cine Africano




La primera película rodada por un africano es fue la tunecina  La fille de Carthage (Scemana Chikly, 1924), seguida de Leila (Ahmed Galal, 1926) y Zainab (1926), dos films egipcios. Se inspiraron en modelos teatrales pero pronto, se abandonaron las convenciones teatrales. Los Estudios Misr abrieron en 1934 y a partir de ahí comienza a desarrollarse una industria del cine, produciendo varias películas por año. Las reticencias de carácter político de los gobiernos coloniales para permitir a los africanos hacer su propio cine y los problemas de índole financiero explican la tardanza en surgir una industria cinematográfica en África. De hecho, buen número de países  no ven nacer sus primeros realizadores hasta los años 70 del pasado siglo XX.

Por esto, se considera que la película que marcó el inicio del cine africano fue Borom Sarret, dirigida por el senegalés Ousmane Sembene en 1969. A pesar de que la primera película rodada por un africano en el continente negro fue Song of Khartoum (1955), un documental del sudanés Gadalla Gubara.

Ousmane Sembene sigue siendo para todos el padre del cine africano, Borom Sarret narra la vida de un carretero que se convierte en blanco de las normas de la nueva administración y toma partido por el Dakar de los pobres. Este cortometraje despertó conciencias y representó una forma simbólica de tomar la palabra. Abrió la vía a varias generaciones de cineastas profundamente enraizados en su continente.


Para el “padre” del cine africano, la conquista de la independencia política solo tenía sentido si iba acompañada por una restauración de la dignidad. Dignidad borrada hasta entonces por el peso de la administración y sus mecanismos reductores (idioma, religión, escuela, policía). De entrada, el cine fue la herramienta prioritaria para la reconquista en curso: las imágenes para reconstruir su imagen, la imagen de cada uno de los pueblos del continente. 

En 2005, en su clase magistral en Cannes, Ousmane Sembene recordaba: “La necesidad de “descubrir” África se adueñó de mí. No solo Senegal sino todo el continente o casi. (…) Tomé conciencia de que tenía que aprender a hacer cine si quería realmente llegar a mi pueblo. Una película puede ser vista y comprendida incluso por aquellos que no han recibido educación. ¡Un libro no puede llegar a todo un pueblo!". Ousmane Sembene erigió las bases estéticas (muy próximas al neorrealismo italiano) de su cine y lo situó en una perspectiva panafricanista. La ecuación, al principio, era sencilla. El África independiente “necesitaba” cineastas que despertaran las conciencias, en oposición a un cine colonial guiado por el entretenimiento y la alienación de los públicos.

A lo largo de esta primera década (1964-1974), destacaron una quincena de títulos: todos hacen referencia al pasado colonial y los movimientos de liberación o a la aculturación y los males de los estados independientes (corrupción, burocracia, nuevos ricos, etc.). El pasado colonial es un elemento generador de traumas en  Cabascabo, de Oumarou Ganda (1968, Níger), Monagambee, de Sarah Maldoror (1968, Angola), Rhodesia Countdown de Michael Raeburn (1969, Rodesia), Emitai de Ousmane Sembene (1971) o Last grave at Dimbaza de Nana Mahamo (1974, Sudáfrica). 

A menudo la trama gira en torno a los vínculos asfixiantes entre las metrópolis europeas y las capitales africanas, como en Concerto pour un exil y À nous deux France de Désiré Écaré (1968 y 1970, Costa de Marfil) o Badou boy, de Djibril Diop Mambéty (1970, Senegal). En otras ocasiones, lo hace en torno a la pérdida de identidad a causa de la inmigración, como en La noire de… de Ousmane Sembene (1966) o al conflicto con las nuevas autoridades o a la corrupción, como en Mandabi (1968) o Xala, de Ousmane Sembene.

La producción de películas entendida como una empresa comercial, necesita de capitales dispuestos a invertir en la producción, la creación de una red de distribución y la construcción o adaptación de salas de proyeccion. Caben dos caminos para la puesta en marcha de esta industria: bien, la iniciativa privada está dispone del capital necesario y está dispuesta a correr los riesgos de la empresa, o bien el Estado invierte y  asegura la financiación inicial de su industria cinematográfica. Hasta el presente, Egipto ha sido el único país africano donde la iniciativa privada ha sido capaz de poner en pie una industria eficaz y autosuficiente. Otros países, como Nigeria, Marruecos o Senegal, han seguido el segundo camino invirtiendo tanto en la producción como en la creación de una red de salas de exhibición. En un tercer grupo de países, Argelia, Túnez, Mali y Burkina Fasso, los gobiernos encargaban films educativos o de propaganda, pero nunca largometrajes comerciales. Sin embargo, esa política favoreció la creación de instalaciones de producción de las que se sirvieron los primeros realizadores de esos países. Finalmente, a partir de 1970, la existencia de estudios de televisión jugó un papel muy importante en el nacimiento y desarrollo de la industria del cine africano.

Una idea sobre el lento desarrollo de esta industria los da el hecho de que en 1969, cuando Burkina Faso acaba con el monopolio francés en la distribución cinematográfica, contaba solamente con diez salas de exhibición, Gabón tenía ocho en 1986, e incluso Senegal, que cuenta con la mejor infraestructura del África subsahariana, tiene 80 cines y 13  millones de espectadores al año. Uno de los hitos más importantes del cine africano, supuso el estreno en julio de 1986, en el Festival de Cine de Ouagadougou, de la película de Cheick-Oumar Sissoko, Nyamaton, y eso supuso que se vendieran 35.000 entradas durante las dos semanas que estuvo en cartel. Actualmente, hay en África más de 250  productores cinematográficos repartidos en más de cuarenta países diferentes.

En Egipto, después de haber pasado unos primeros tiempos por un cine a base de comedias musicales y melodramas muy influenciados por las formas teatrales, surge a partir de 1939 un cine neorrealista que dura hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. A partir de entonces, comienza a hacerse un cine de evasión de baja calidad. En los años 50, comienza a hacerse películas de guerra, cine policíaco, cine folclórico y dramas psicológicos que cuentan con guionistas procedentes de la narrativa, como es el caso de algunas adaptaciones de la obra de N. Mahfuz. En 1952, la mayor parte de la industria es nacionalizada, pero esto no afecta a penas al tipo de cine que se venía haciendo. Su industria alcanza entonces, con una producción media de 50 a 60 películas al año, el duodécimo lugar en la producción mundial, dominando en Oriente Medio y Norte de África. El cine egipcio, produce cada año tantas películas como todo el África subsahariana en 25 años de producción cinematográfica. Se puede encontrar en él, todos los géneros del cine contemporáneo.

En el Magreb, el gobierno argelino optó por subvencionar la producción de films de tipo propagandístico, sobre la guerra de independencia y sobre el socialismo. No obstante, no impidiendo la producción de otro tipo de cine político, éste de crítica a la burocracia gubernamental. Algunos films tunecinos (a partir de 1966) se situaron en las mismas tendencias del cine argelino. Marruecos ha producido películas, tanto de las consideradas como cine comercial, y algunas del llamado cine intelectual. A veces, estas últimas recuerdan a Buñuel al servirse del simbolismo más que de la intriga o la acción.

En el oeste del continente, las primeras experiencias surgen a mediados de los años 50, en Senegal, de la mano de Ousmane Sembene, cuya influencia estará presente hasta épocas muy recientes. Todos sus films están marcados por tres características que están igualmente presentes en otros campos de la creación artística: la negritud, el socialismo y el nacionalismo. En el cine más actual, autores como Souleymane Cissé o Cheick-Oumar Cissoko, han roto con la herencia de Sembene. Su cine, mitad documental, mitad ficción, no propone soluciones y pone el acento en la acción y la imagen más que en el debate intelectual. Sissoko ha seguido una tendencia aparecida hace pocos años, abandonando el francés en beneficio de las lenguas africanas. El film policíaco camerunés es un género nuevo totalmente diferente.

En Nigeria, la televisión se ha desarrollado mucho antes que el cine y ha creado una infraestructura técnica. El cine comenzó siguiendo la tradición teatral yoruba y utilizando su infraestructura financiera. Hasta 1972 no se hace el primer largometraje, una obra de Soyinka.

Las primeras películas realizadas en Suráfrica, se remontan a 1975. La primera fue el film zulú, Ikati elimnyama. Más importante que el cine comercial ha sido la producción de documentales y reportajes sobre el apartheid. Sin embargo, puede decirse que el cine sudafricano aún no ha despegado.

En general, puede observarse en el cine africano, un interés en sus autores, por enseñar, por educar la conciencia del público. Sus preocupaciones son de orden político (clases sociales, el neocolonialismo, la dependencia), moral (la alienación y los males de la modernidad en oposición con la tradición), didáctico (el papel de las mujeres en el campo, las consecuencias de la droga), personal (los problemas de identidad) o de proselitismo cultural (el arte tradicional como antítesis de la medicina occidental).

Ahora bien, la que hace su entrada en el mundo del cine a partir de 1975 es ya una África liberada de las restricciones coloniales. Entre 1975 y 1985 se proyectaron nueve películas africanas en Cannes. Nueve películas que tenían como objetivo reflejar la realidad africana pero interrogándose al mismo tiempo sobre las raíces culturales de las sociedades en proceso de mutación. Una imagen podría servir como denominador común de obras tan diferentes como Njangaan, de Mahama Johnson Traoré (1975, Senegal), Mirt sost shi amit, de Haile Gerima (1976, Etiopía), Ceddo de Ousmane Sembene (1977), Jom, de Ababacar Samb (1981, Senegal) o Finye de Souleymane Cissé (1982, Malí): un movimiento constante de ida y vuelta entre el presente y el pasado. Es en este movimiento que abarca al colectivo (de la ciudad o del pueblo) y donde los individuos solo existen en relación con el destino común, que pueden situarse las películas de este período. Películas que se encaminaban hacia la reconquista de la historia de su país: la historia de los hombres de cada día así como la recogida en los relatos iniciáticos y los mitos fundadores.

Ousmane Sembene no narró las hazañas de un personaje, sino que resaltó "el espíritu de resistencia" en Emitai (1971) o Ceddo (1977), al igual que Ababacar Samb no alabó a un hombre de honor sino que rindió tributo al Jom, el sentido del honor. Por tanto, no encontraremos héroes en el sentido occidental de la palabra. Esta lógica desconcertante (para los occidentales) y la dificultad para adaptarse a sus modelos de producción-distribución explican la relativa dificultad para conquistar al público europeo. Esto ha mantenido al nivel de epifenómenos películas clave de la historia del cine como Touki boukide Djibril Diop Mambéty (1973) o Finye (1982).

El cine africano todavía no había salido de su ghetto, es decir, no había obtenido o conquistado todavía una dimensión internacional. Estaba dedicado por completo a la apropiación de su espacio cultural y humano. Sus cineastas habían definido su territorio. Obtener el reconocimiento nacional e internacional era el desafío que debía afrontarse en los años ochenta.

El auténtico punto de inflexión para el cine africano se encuentra en 1987 con la selección, por un lado, en competición oficial, deYeelen (La luz) del maliense Souleymane Cissé, y por otro, de Yam daabo, del burkinés Idrissa Ouedraogo en la Semana de la Crítica. En efecto, Yeelen fue la primera película del África negra que participó en la competición de Cannes. Yeelen interpretó su papel a la perfección. El viaje iniciático emprendido por su personaje principal para alcanzar el dominio de las fuerzas que lo rodean es el de todo el cine africano en el universo de los festivales. Y en Cannes en concreto. Las etapas tienen por nombre Tabataba, de Raymond Rajaonarivelo (1988, Madagascar) y Yaaba, de Idrissa Ouedraogo (1988, Burkina Faso), ambas en la Quincena de Realizadores. Y más tarde Tilai (1990), del prolífico director burkinés, de nuevo, en competición oficial.

Hasta el acontecimiento del año 1991, que algunos periodistas faltos de portadas exóticas bautizaron como "la Croisette negra". En efecto, aquel año vimos, por primera vez, cuatro largometrajes africanos en Cannes: Ta dona de Adama Drabo (Malí), Sango malo de Bassek Ba Kobhio (Camerún), y Laada de Drissa Touré (Burkina Faso) fueron presentados en la sección Un Certain Regard, mientras que Laafi de Pierre Yaméogo (Burkina Faso) acaparó el interés de la Semana de la Crítica.

La década se presentaba prolífica: Hyènes de Djibril Diop Mambéty entró en la competición internacional en 1991 con una brillante adaptación de La visita de la vieja dama, de Friedrich Dürrenmatt. A pesar de ser un país pequeño, Guinea-Bissau realizó su entrada en la sección Un Certain Regard con Udju azul di Yonta de Flora Gomes al mismo tiempo que Oktyabr, de un cineasta mauritano desconocido, Abderrahmane Sissako.

La atención dedicada a las películas realizadas en el África subsahariana aumentó. La fuerza de los temas propuestos, la relación original con el espacio fílmico pero también con los universos sonoros y musicales, las ideas de dirección (sofisticadas en su desnudez) generadas por los autores africanos aportaron las respuestas que muchos estaban buscando. Más allá de las evidencias temáticas, lo que ayer resultaba desconcertante se convirtió en signo de vitalidad y garantía de energía creadora renovada sin cesar. El vínculo con la tradición oral se plasma en imágenes simbólicas, dramáticas o divertidas, sutiles como proverbios. Las cinematografías africanas vivieron en 1991 "su hermoso mes de mayo", como dijo el añorado Jacques Le Glou. Muchos creyeron que las cinematografías africanas por fin habían despegado. Pensar eso era ignorar su economía frágil y la dependencia de sus cineastas de las financiaciones procedentes de los países del Norte. Al examinar en detalle la producción africana, se puede comprobar que la cantidad de películas rodadas anualmente es muy variable y cíclica. Todo depende de las políticas de subvenciones de los organismos o administraciones europeos y de su nivel de financiación. Para limitarnos a las dos últimas décadas: a comienzos y a mediados de los años ochenta se alcanzó un pico de producción. Fue producto de un respaldo consecuente, periódico y bastante bien distribuido. Luego la máquina pareció trabarse.

Desde entonces, se han afianzado autores en toda regla: Abderrahmane Sissako (La Vie sur terre - 1998, Heremakono - 2002, Bamako - 2006) y Mahamat Saleh Haroun (Abouna - 2002, Daratt - 2006, Un homme qui crie - 2011- Chad), Flora Gomes (Po di Sangui - 1996, Nha Fala - 2002) y Newton Aduaka (Ezra - 2007- Nigeria). Ousmane Sembene puso punto y final a su carrera brillantemente con Moolaadé (2004). Estas obras clave no son más que hermosas excepciones en un paisaje cinematográfico empobrecido que carece de compromisos de los financieros o de los estados africanos con sus cineastas y productores.




Elaborado con base en artículos de:
Jean-Pierre Garcia es redactor-jefe de la revista Le Film africain & du Sud.
ikuska.com Textos basados en la "Historia General de Africa", Ediciones de la UNESCO

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